Segunda semana de Cuaresma.
“PERDONA NUESTROS PECADOS
COMO TAMBIÉN NOSOTROS PERDONAMOS A LOS QUE NOS OFENDEN”
Somos responsables de espinas en la corona de Jesús y también de nuestros seres queridos
Actividad: sugerimos leer en familia y comentar.
Discutimos, peleamos, nos enojamos. ¿Quién pide perdón? ¿Cuándo tengo que perdonar? ¿Cómo vivimos el perdón como familia? ¿Lo practicamos? Todos nos equivocamos y tenemos que saber pedir perdón y perdonar. Perdonar de corazón es decir “te quiero”, es decir “me importa haberte ofendido y quiero recuperar el lazo contigo”, es palpar la presencia del Espíritu Santo porque cuando Dios nos perdona actúa sobre nosotros y borra la cicatriz. Pero tenemos que estar arrepentidos de corazón.
¿Por qué cuando peleamos hablamos más fuerte o incluso gritamos? ¿Por qué a veces ni nos miramos? Porque nuestros corazones están lejos, los actos dañinos hacen que se alejen y no se vean, no se encuentran y por eso no nos miramos, o porque estamos lejos hay que subir la voz para escucharnos. Reduzcamos distancias, insertemos nuestros corazones uno en el otro para mantenerlos juntos: familia, colegio, comunidad. Jesús sufre la lejanía y al ser perfecto la sufre perfectamente, sin embargo, porque nos ama, ante nuestros corazones arrepentidos nos perdona y vuelve a habitar en ellos.
Cuando pedimos perdón dejamos nuestros corazones desnudos a la espera que lo vistan, que lo vistan de palabras, miradas y hasta gestos ¿Qué acogida tenemos en la familia al pedir perdón? ¿Cómo vestimos como integrantes de una familia al corazón desnudo que nos pide perdón? Cuando nos piden perdón tenemos que subir nuestra autoestima porque significa que somos importantes para quien nos pide perdón.
Juan Pablo II decía ¿nos reconocemos pecadores? ¿Tenemos a alguien a quién pedirle perdón para saber que sí amamos, que sí nos importa fallarle a otro? (de lo contrario seríamos soberbios al pensar que no tenemos que pedir perdón)
Como somos humanos somos imperfectos y nos equivocamos pero Dios nos regala el sacramento de la confesión, éste nos limpia de los grises que van pintando nuestro corazón para dejarlo nuevamente henchido y rojo. Él, desde antes que podamos imaginarlo, ya tiene la disposición de perdonarnos si así lo queremos.