“Quiero que mis hijos sean felices”
“Quiero que mis hijos sean felices” repetimos los padres cada vez que pedimos un deseo o nos preguntan qué esperamos de la vida. Y entonces empezamos a angustiarnos de sólo pensar que esto no pueda ser posible ya desde pequeños …en la plaza, por ejemplo, cuando lo vemos llorar ante alguien que le sacó el columpio, o sufrimos cuando le toca una maestra que no le tiene paciencia, o cuando los amigos lo critican.
Si nuestro angelito nos canta un repertorio de canciones inventadas, hacemos un esfuerzo sobrehumano para que no detecte que nos hiere el tímpano y terminamos aplaudiendo estoicos su genialidad. ¿Cómo le vamos a decir que no le salió perfecto aunque no haya sido así? No queremos verlo triste o decepcionado. Sólo queremos verlo feliz.
Y cuando nos pide un móvil “porque ya todos tienen”, aunque no sea edad todavía, se lo
compramos, porque no vaya a quedar excluido del grupo …e infeliz.
Y así vamos, paternando con culpa cuando no podemos cubrir todas sus necesidades y caprichos o cuando no nos queda otra que ponerle un límite. ¡Es que nos resulta tan doloroso verlos sufrir!
Pero acaso en la vida ¿no hemos atravesado más tropiezos que logros? ¿Cuántas veces nos propusimos algo y las cosas no salieron como esperábamos?
Queremos preparar a nuestros hijos para que triunfen y, por ello, les llenamos la agenda con clases extraprogramáticas, elegimos el mejor colegio, nos preocupamos por sus
amistades…pero ¿esto realmente nos garantiza que vayan a ser felices?
¿Les resolvemos todos sus problemas para que crezcan inseguros, sintiendo que ellos solos no pueden?
¿Les exigimos para que saquen buenas notas, pero los preparamos para recibir un aplazo?
¿Les ponemos límites para que ellos también aprendan a decir que NO?
¿Les permitimos conectarse con la angustia de la pérdida, para aprender a transitar los duelos que sin duda tendrán que sobrellevar a lo largo de su vida?
No se trata de exponerlos a que sufran, sino de acompañarlos de cerca y con abrazos firmes en los malos ratos que les depara la vida, teniendo la certeza de que lo que estamos haciendo es ayudarlos a construir herramientas. Éstas son, en definitiva, las que le permitirán procurarse ellos mismos una vida feliz.
En estos tiempos de pandemia, estamos envueltos en proyectos inconclusos, actividades prohibidas, límites impuestos desde afuera y nadie puede controlar ni anticipar cómo esto va a seguir.
“Ningún mar en calma hizo experto a un marinero”, dicen las abuelas. Aprovechemos estos enojos, estas frustraciones, estas tristezas en cuarentena fruto de tantas pérdidas, para que aprendan a surfear en aguas turbulentas.